Islandia, la Tierra tal cual era
Hay viajes que te llevan a conocer de verdad el planeta en el que vives. Lugares donde escuchas respirar al suelo que pisas, ves avanzar una alfombra de hielo procedente de grandes glaciares y piensas en erupciones volcánicas más de lo normal. Son incursiones a la geografía terrestre en todo su esplendor. Y en las que te das cuenta que algún día la Tierra fue así, se creó así. Ese viaje es Islandia, un país que se abre entre placas tectónicas, el musgo se apodera de campos de lava infinitos y las fumarolas se convierten en las improvisadas chimeneas de los elfos.
ISLANDIA, UN PUNTO CALIENTE DEL GLOBO
Islandia es una maravilla geológica en su máxima magnitud. No deja de moverse, de crecer. En definitiva, de crearse una y otra vez. Basta con escuchar las noticias y aprender nombres eternos de volcanes que escupen lava e interrumpen el tráfico aéreo (¿Recordáis el Eyjafjallajökull ?). Basta con leer sobre el país y comprender que no sólo se sitúa a un paso del Ártico en la división de las placas americana y euroasiática sino que también es uno de los puntos más calientes de la Tierra.
EN ISLANDIA SIEMPRE SE APRENDE
He visto romperse grandes témpanos de hielo, he oído cómo cruje un glaciar, me he bañado en una poza de agua caliente mientras estaba nevando y he asistido a la llegada primaveral de cientos de frailecillos que se apoderaban de los acantilados. También, y es que todo hay que decirlo, me las he visto y deseado para avanzar en el norte sin quedarme tirado por un temporal con tormenta de nieve incluida y vientos que cortaban la piel. Pero eso fue parte del reto, del aprendizaje. Islandia no es un viaje idílico. En Islandia, como en todas partes, existen los contratiempos, los instantes inesperados que nos llegan a exasperar y, por supuesto, las sorpresas positivas que nos regalan algo que ni habíamos imaginado. Son cosas relacionadas con depender de la naturaleza y en las que, por fortuna, el ser humano no ha podido meter mano todavía.
ISLANDIA, PAISAJE DE PAISAJES
Islandia abruma con su paisaje en bruto, tan hecho a sí mismo que resulta imponente hasta el extremo. Hay cascadas por doquier, algunas de ellas con un caudal sobrenatural, con una posición que ni el mejor de los genios sería capaz de imaginar por sí mismo. En ocasiones te ilustran con un doble arcoíris, una pared de columnas tan irreal como incomprensible o incluso se congelan convirtiendo el agua en picos helados aferrados a una montaña en la que siempre es invierno. Gullfoss, Skógafoss, Seljalandsfoss, Godafoss o Svartifoss son nombres que debería conocer todo viajero que llegue a Islandia y sea de difícil emoción. Frente a ellas el mismísimo lobo feroz termina convirtiéndose en la tierna Caperucita Roja. Y la Señorita Rottenmeier puede llegar a parecerse a Copito de nieve.
He dado la vuelta al país en el sentido de las agujas del reloj con un coche de alquiler que conseguí, junto al vuelo y los hospedajes, gracias a Island Tours y la opción llamada “A su aire” en la que he tenido completa libertad para viajar pero donde he dejado varias cosas cerradas antes de partir. En Islandia cierta planificación (y antelación) tiene premio, sobre todo cuando se aproxima la temporada alta y las plazas hoteleras (o hasta del albergue más rancio que te puedas echar a la cara) menguan de la noche a la mañana. Con asesoramiento y muchos consejos terminé dibujando un viaje a Islandia en el que he tratado de mezclar la improvisación con ciertos toques de previsión. En el término medio está la virtud. Y más en un país en el que en una hora puede hacer sol, ponerse a nevar con ansia, venir una fuerte ventisca y volver a despejarse.
Fuente: http://www.elrincondesele.com/viaje-islandia-la-tierra-tal-cual-era/
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