miércoles, 25 de noviembre de 2015

Atenas en 48 horas. Parte 1.

Atenas en 48 horas. Parte 1

Viajar a Atenas es como bailar un sirtaki. Para conocer esta ciudad hay que danzar por ella adaptándose a sus distintos ritmos. Uno muy pausado para surcar los restos de la Grecia clásica en la que vivieron Sócrates, Aristóteles y Platón. Y otro más acelerado para mezclarse en el trasiego diario de esas calles apelotonadas y asimétricas en las que vive un pueblo de sangre caliente muy aferrado a sus tradiciones y que tiene otra forma de ver la vida. Agobiante, desgastada, amable, filosófica, gastronómica, melódica son muchos de los atributos que definen a la primera capital de la Cultura Occidental, el lugar en que se forjaron un sinfín de ideas que continúan siendo la base de la la sociedad en que vivimos. En realidad todos nosotros procedemos en parte a la Grecia del Siglo V antes de Cristo.

Atenas fue, por tanto, un viaje al hogar de las ideas envuelto en un regalo sorpresa. Porque fuimos allí para celebrar el cumpleaños de Rebeca, que no supo dónde iba hasta el mismo instante de tomar el avión. Este era un destino que los dos deseábamos desde hace bastante tiempo y que por fín pudimos llevar a cabo en 48 horas inolvidables. La ciudad de la Diosa Atenea nos abrió sus puertas para que pudiésemos captar sus sabores y esencias que la hacen tan especial.

IGLESIA DE KAPNIKÁREA, UN REFUGIO BIZANTINO


De la requetemencionada Kolokotroni nos movimos por las callejuelas desgastadas y poco aseadas del centro hasta salir a la Avenida Eolou en la que los comercios empezaban a abrir sus puertas. En Atenas hay un sinfín de edificios, mayoritariamente de los años sesenta y setenta, estéticamente limitados, que se apelotonan los unos sobre los otros sin solución de continuidad. Afortunadamente hay excepciones que se acrecientan a medida que uno se acerca a la Acrópolis. Monastiraki y, sobre todo, Plaka, son distritos que no han sucumbido al sesenterismo hormigonero y su personalidad queda fuera de toda duda. Además, suele suceder que los árboles no dejen ver el bosque, y haya que asomarse más allá para encontrar auténticos tesoros supervivientes donde nadie los espera. De eso no tardamos en darnos cuenta. Porque fue bajar Eolou hasta Ermou, la calle comercial que corta y separa los distritos de Plaka y Monastiraki, mirar hacia nuestra izquierda, y encontrarnos literalmente encajonada a la que probablemente sea la Iglesia Bizantina más hermosa de la ciudad, Kapnikárea, que cuenta con nada menos que nueve siglos de antigüedad y que representa a la perfección este concepto de tesoros escondidos.



RUMBO A LA ACRÓPOLIS


Dimos media vuelta a la Calle Ermou para continuar nuestra travesía sur por Eolou y entrar por el distrito de Plaka. De esa forma nos acercábamos cada vez más a la Acrópolis, aunque de por medio fuimos dejando detalles que nos íbamos apuntando para poder ver a lo largo del fin de semana. Como por ejemplo las ruinas que se desplegaban a nuestra derecha de la Biblioteca de Adriano o las importantes excavaciones del Ágora romana. En Atenas hay dos ágoras o plazas públicas (Antigua y Romana). La que teníamos delante corresponde a la que se construyó en el período en que los romanos establecieron su Imperio y dejaron su importa en la capital de la ya vencida Grecia. Así de primeras, desde la valla, pudimos distinguir perfectamente sus dos símbolos más reconocibles: La Torre de los Vientos (Reloj público del S. II a.C.) y la Puerta de Atenea Arquegetis (11 a.C.). Entre medias varias hileras de columnas de mármol sobreviven al paso del tiempo. Todos estos lugares vienen incluidos en la entrada de la Acrópolis (12€) y como es ésta la que se llena primero, preferíamos dedicar tanto a ella como su museo las primeras horas de la mañana. El partenón y compañía es lo que se recomienda visitar en primer lugar. Sea invierno o verano.

Desde el Ágora romana lo que predominan son las cuestas y las escalinatas que indican que uno va bien encaminado para ir a la Acrópolis. Es prácticamente imposible perderse aunque uno se meta por la calle más insospechada porque una de dos, o verá carteles indicativos o habrá tiendas de souvenirs en la que sus comerciantes te echarán un cable. Lo que hay que hacer es continuar subiendo hasta que tocar prácticamente los riscos sobre los que se alza el Partenón e ir buscando siempre la derecha. Tomamos la Calle Theorias, que va bordeando por fuera la loma de la Acrópolis y mostrando una cada vez mejor panorámica de la ciudad. De hecho es palpable cómo Atenas prácticamente engulle las montañas que la rodean. Asimismo durante el camino se van clarificando los restos blanquecinos del Ágora Antigua que se sitúan en la parte baja y donde destaca sobre todo el Templo de Hefesto, que aunque no se lleve todos los honores del Partenón, está considerado el mejor conservado de Grecia.


A continuación la parte 2.

Fuente: http://www.elrincondesele.com/category/relatosdeviajes/europa/atenas-2010/

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